La alforja

Así Júpiter dijo una mañana:
"Que todo ser viviente
Delante se presente
De mi grandeza augusta y soberana;
Si hay alguien de sus formas descontento
Que a declararlo venga, y al momento
El mal remediaré. Llégate, Mono,
Y tú el primero la palabra emplea
Para hablar en tu abono.
Mira tanto animal que te rodea,
Con la suya compara tu hermosura
Y dime si te agrada tu figura".
- "¿Por qué no? - dijo el Mono - bien me agrada,
Pues que soy un cumplido cuadrumano;
Mi espejo fiel no me reprocha nada.
En cuanto al Oso, mi infeliz hermano,
En estado se encuentra de bosquejo,
Y si quiere seguir en buen consejo,
No debe nunca retratarse ufano".

En esto vino el Oso, y se pensaba
Que a dar iba sus quejas;
Pero nada hubo de eso:
Se alabó de sus formas con exceso,
Dijo que al Elefante interesaba
Tener más cola y desechar orejas,
Que una masa era informe,
Sin gracia ni belleza, pero enorme.

Obtuvo la palabra el Elefante.
Y aunque goza la fama de juicioso,
Su discurso fue casi semejante,
Y encontró de tamaño escandaloso
De madama Ballena la barriga.
Pequeño al Arador halló la Hormiga,
Y ella misma se dió por un coloso.
Terminó al fin de Júpiter la audiencia,
Y después que unos a otros criticaron,
Los que en ella estuvieron de asistencia
Contentos de sí mismos se marcharon.

Entre toda la necia muchedumbre
Se hizo notable nuestra especie humana,
Pues que siempre tuvimos por costumbre
Para el prójimo ser de buena gana
Como el lince sutil que todo advierte;
Para nosotros como el topo inerte.
Con grande caridad nos perdonamos
Lo propio que al vecino condenamos,
Y tenemos dos modos diferentes
Para vernos y ver las otras gentes.

Artífice divino
Dió a todos de alforjeros el destino;
En la alforja trasera
Nuestros defectos van, y no los vemos;
En la otra, delantera,
Los defectos del prójimo ponemos.

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